Llegué en bus un día soleado, hace cinco años. Todo era distinto, nuevo y hermoso a mis ojos. Quito me recibió con su cielo abierto, y mi acento cambió en un suspiro. Aprendí a decir “veci” y sentí que empezaba a pertenecer. Nunca había visto una alpaca, y al encontrarme con una, no pude evitar pensar que era un unicornio. Por si las dudas, la fotografié para atrapar un poco de su magia.
Mi meta era estudiar, pero obtener mi pasaporte se convirtió en una quimera inalcanzable, escondida tras la burocracia y el costo. Mientras tanto, trabajé en diversos empleos, cada uno un capítulo de mi historia en Ecuador. Fue en una empresa de eventos donde descubrí el arte de la decoración con globos, un oficio que transformó mi vida. Me enamoré de cómo algo tan simple podría desatar una cascada de alegría.
Convertida en empresaria de la decoración de fiestas infantiles, comprendí que mi trabajo iba más allá de embellecer un espacio. Era una alquimia de emociones, donde cada sonrisa era un reflejo de las ilusiones que construía. Los recuerdos son el legado más preciado, y en cada evento, dejaba un pedacito de mí, un eco de felicidad.
Ecuador se convirtió en mi hogar, no solo por su paisaje y su gente, sino porque aquí aprendí a crear magia con mis manos.
Saraí Gómez.
Venezuela