Un país construido por inmigrantes

Por: Leonardo Gómez Ponce

De voz migrante llegó el pasillo al Ecuador, inspirado en el vals y la polca europeos que otrora sonaron en los valles colombianos. Cruzó la frontera caminando, como todavía pasa, entonando su compás de tres tiempos. En las costas guayaquileñas, una guitarra clásica española se presentó para recibirlo: llevaba tres siglos esperando, ya mestizada con cedro y caoba, las mismas maderas nobles que se usaban para construir barcos de finales siglo XIX.

El cacao se había convertido en el pilar de la economía ecuatoriana y su exportación abastecía a la mitad de la demanda mundial. La producción creció y sus plantaciones se expandieron en la zona costera del Ecuador, particularmente en Guayaquil, ciudad en donde el libanés Nicasio Espiridón Safadi Reves se convirtió en uno de los primeros cantantes de pasillo ecuatoriano. 

Nicasio llegó al Ecuador en un barco, tal vez hecho de cedro y caoba, siendo apenas un niño, de la mano de sus padres. Dejaron su hogar cuando el Imperio Otomano comenzó a desmoronarse al otro lado del mundo. Una crisis política y económica se había instaurado en Oriente Medio, y los conflictos internos empujaron a muchas familias libanesas a buscar un nuevo comienzo en países distantes. 

Así llegaron al Ecuador. “Comenzaron siendo comerciantes callejeros, vendiendo baratijas”, escribió la periodista ecuatoriana Mónica Almeida, en el Journal de la Société des Américanistes. “Gracias al arduo trabajo, la solidaridad étnica y sus redes de parentesco, muchos libaneses lograron acumular grandes fortunas”, dice su ensayo. 

De esa diáspora llegaron los primeros Manzur, Salem y Saadi, también los Bucaram y Sonnenholzner, apellidos que trascendieron en la política y el empresariado. Comenzaron en el comercio informal y con los años se convirtieron en renombrados mercaderes importadores de textiles, especias y joyas de su hogar pasado. 

“Las corrientes migratorias aumentan el intercambio bilateral entre los países de acogida y de origen”, explica el analista de inversiones Fausto Cabrera Llaguno. “El migrante llega con hábitos de consumo diferentes y busca la forma de conseguir productos propios de su país, la mayoría son cosas que extraña, a las que estaba acostumbrado y que no hay en su nuevo hogar. La migración dinamiza el comercio y la diversidad de productos”.

Según el experto, el consumo de estos productos comienza en un nicho específico, pero con el tiempo pueden cambiar los hábitos del consumidor local. “Las empresas, los restaurantes, e incluso las grandes cadenas son hábiles para detectar las oportunidades de negocio. Luego de la migración venezolana a Ecuador, por ejemplo, Kentucky comenzó a vender pollo frito con arepas”, dice. 

Comercio de la Nostalgia es el nombre de este fenómeno en el que marcas y empresas adaptan productos y servicios para satisfacer a migrantes que buscan reconectar con los sabores, costumbres y objetos de su país de origen. Al ofrecer artículos que evocan sus raíces, estas compañías capturan a un público que busca mantener vivo el vínculo emocional con su tierra natal, transformando la nostalgia en un motor de consumo.

Pero ninguna nostalgia fue tan exitosa como la del pasillo que pasó de la voz de Safadi al requinto de Rosalino Quintero y a Olimpo Cárdenas, y, luego, al Ruiseñor de América: Julio Jaramillo. Esta herencia musical provocó una revolución y un nivel diferente de visibilidad internacional, logrando un apogeo de la industria discográfica a partir de 1950, con los inicios de la grabación comercial y la aparición de los primeros sellos discográficos en Ecuador. La grabación, producción y distribución de discos creó nuevos puestos de trabajo y los estudios de grabación, fábricas de prensado de discos y distribuidores de música vieron un aumento en la demanda de sus servicios.

“Con el auge de la industria discográfica en Ecuador, empresas como la disquera Onix y J.D Feraud Guzmán abrieron sus puertas y compitieron en el mercado internacional.”, explica el profesor de música y cantautor ecuatoriano Paul Salazar. “A inicios del siglo XX, entre 1950 y las década de 1980, esta industria generó puestos de trabajo directos e indirectos en áreas como la producción, distribución y venta de discos. Empresas como IFESA, Fadisa y Producciones América no sólo dieron trabajo a los músicos y técnicos de sonido, también dio empleo a personal de administración, marketing y ventas”.

“Los artesanos de la música también se hicieron visibles”, agrega Salazar. “Los luthiers de la época mantenían una relación cercana con los músicos, fabricaron requintos y guitarras con maderas locales, usando herramientas tradicionales para tallar, ensamblar y afinar los instrumentos”.

El crecimiento de la industria discográfica contribuyó al Producto Interno Bruto (PIB) de Ecuador. Aunque las cifras exactas generadas específicamente por la industria discográfica no están disponibles en las bases de datos públicas estatales, se puede inferir su impacto a través del crecimiento general de la economía ecuatoriana en esa época. Durante los años 60 y 70, Ecuador las tasas de crecimiento del PIB oscilaban entre el 4% y el 6% anual, de acuerdo a los registros del Banco Central del Ecuador.

El crecimiento del PIB es una medida importante para monitorear la economía de un país. Para ponerlo en perspectiva, la economía de Estados Unidos en las mismas décadas creció a una tasa anual promedio del 4%. Comparado con esto, el crecimiento de Ecuador es bastante fuerte y muestra un desarrollo económico robusto. La industria discográfica, al igual que otros sectores culturales y creativos, contribuyeron a este crecimiento

Este mosaico cultural definió una era y catapultó al Ecuador a la esfera global, demostrando que la música puede ser un poderoso motor económico y cultural. Y todo comenzó con la herencia de un pasillo colombiano, una guitarra clásica española, la voz de un inmigrante libanés y un requinto mestizo mexicano.

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La migración libanesa, con su habilidad para los negocios, su manufactura y la importación de textiles, además de su participación en la industria alimentaria, marcaron un hito en la historia del Ecuador, pero no fue la única de la época o de la historia del país. En paralelo, también a finales del siglo XIX, otro grupo cruzó el Atlántico, haciendo escala en Panamá. “Desde Italia llegaron los Norero, Carmigniani, Bonino, Parodi, Frugone, Parducci, Cavanna, Mórtola, Costa, Vignolo, Queirolo y Caputi”, recuerda el historiador Mauricio Alvarado-Dávila. 

Italia tuvo un aporte clave en la construcción del país. Lorenzo y Francisco Durini, un par de arquitectos italianos, transformaron el Centro de Quito y otras ciudades del Ecuador. “El Monumento a la Independencia en plena Plaza Grande y el Palacio de Carondelet, sede presidencial del Ecuador, fueron parte de su obra.”, asegura Alvarado-Dávila. 

Pedro Ponce, gestor de Cooperación de la Unión Europea, recuerda el aporte de los italianos a la aviación. “Cosme Renella era un piloto de la Primera Guerra Mundial y fundó la Escuela de Aviación Ecuatoriana en la década de 1920”, cuenta. 

Antes de la fundación de la Escuela, en Ecuador no existían instituciones formales dedicadas a la formación de pilotos y personal aeronáutico. Además, las operaciones de vuelo eran esporádicas y limitadas a demostraciones. No había una aviación comercial ni una red de transporte aéreo establecida.

Susana de Ambrosini, presidenta de la Sociedad Italiana Garibaldi, dice que “hay un italiano en gran parte del desarrollo pasado y futuro de esta ciudad”.

Otra marca significativa fue la dejada por la migración judía europea desde principios del siglo XX. En ese tiempo comenzaron a establecerse en el país huyendo de la persecución del régimen nazi, que resultó en el asesinato de al menos seis millones de judios en campos de concentración y exterminio.

La Segunda Guerra Mundial produjo la migración forzada de buena parte de las elites académicas, culturales y científicas de poblaciones europeas. Ecuador se convirtió en un refugio para entre 3.000 y 4.000 judíos europeos que huían del Holocausto. Muchas familias lograron establecerse en ciudades como Quito y Guayaquil a pesar de las estrictas políticas migratorias impuestas por el Ecuador para evitar el flujo masivo de refugiados, especialmente para aquellos que no podían demostrar autosuficiencia económica. Los consulados y embajadas ecuatorianas en Europa jugaron un papel crucial en la emisión de visas y permisos de entrada, a veces en contra de las políticas oficiales del gobierno ecuatoriano. 

En el libro La migración judía en Ecuador. Ciencia, cultura y exilio 1933-1945, Daniel Kersffeld, un académico argentino radicado desde 2010 en Ecuador, escribe que “había al menos veinte inmigrantes judíos sin los cuales no se entiende lo que es el Ecuador moderno”.

Kersffeld asegura que buena parte de ellos tenían una buena posición económica en sus países de origen, títulos universitarios, en algunos casos gozaban de amplio reconocimiento profesional y estaban muy bien integrados en la sociedad.

En medicina es reconocido el aporte del endocrinólogo y escritor austríaco Paul Engel. También está el veterinario alemán Julius Zanders o el abogado Wenzel Goldbaum, asesor de diferentes gobiernos y que promocionó el campo de los derechos de autor. Pero uno de los casos más señalados, con capítulo propio, es el de los Laboratorios Life, fundados en 1940 en Quito por un grupo de empresarios y científicos italianos liderados por Alberto Di Capua, Giorgio Ottolenghi, Aldo Mugía.

Life fue la primera industria farmacéutica del país y se convirtió en un importante exportador regional, además de ofrecer beneficios sociales pioneros a sus trabajadores. Esta empresa no solo simbolizó la supervivencia y el renacimiento de aquellos que habían escapado de la persecución, sino que también proporcionó empleo a otros científicos judíos que no hablaban español.

Los inmigrantes judíos también establecieron instituciones comunitarias como la Asociación benéfica Israelita en Quito, que en mayo de 1942 ya contana con 1000 familias registradas. También aportaron a la educación, un ejemplo de esto es el Colegio Einstein, fundado en 1973 por Pablo Better, Narciso Attía y Alfredo Baier.

En la industria alimentaria, la comunidad judía mantiene sus tradiciones a través de la producción y consumo de alimentos kosher. Estos alimentos cumplen con estrictas leyes dietéticas judías, conocidas como kashrut, que dictan qué alimentos son permitidos y cómo deben ser preparados y consumidos. 

La certificación kosher garantiza que los productos cumplen con estos estándares y en Ecuador al menos 80 empresas han obtenido la certificación kosher, abriéndose mercado dentro y fuera del país. Un ejemplo de esto es la empresa ecuatoriana La Fabril que exporta alrededor de 10.000 toneladas métricas de productos con certificación kosher, lo que representa aproximadamente el 25% de su mercado de exportación. 

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La migración nunca ha tenido una pausa en Ecuador. Un análisis de las estadísticas gubernamentales sobre la migración de extranjeros en Ecuador entre 2010 y 2019 revela un saldo migratorio positivo constante; es decir, que son más los que se quedan y menos los que se van.  En 2019, por ejemplo, un total de 2.043.993 inmigrantes llegaron al país y 1.940.992 se fueron, lo que significa que 103.001 personas se quedaron. Este patrón indica una tendencia creciente de inmigración, alcanzando un pico en 2018, cuando el saldo migratorio fue de 153.091 personas. Estos datos sugieren un aumento significativo en la llegada de extranjeros a Ecuador, posiblemente influenciado por factores económicos, sociales y políticos en América Latina, como la crisis política y social en Venezuela.

El Ministerio de Gobierno maneja estadísticas sobre el ingreso y salidas de extranjeros al Ecuador, pero el Estado no tiene información desagregada sobre el aporte económico como la creación de empresas, el registro de nuevos aportantes al fisco o los procesos de innovación que la migración pueda generar. Esto es, principalmente, porque buena parte de los inmigrantes en Ecuador comienzan sus actividades económicas en la informalidad.

Según la OIM, la informalidad es una característica común en la economía de muchos migrantes debido a barreras burocráticas, legales y sociales que enfrentan al intentar establecer negocios formales. Esto implica que muchos migrantes no se registran como nuevos contribuyentes en el sistema tributario, ni formalizan sus empresas, lo que dificulta la recolección de datos precisos sobre su impacto económico directo en el país.

Pero eso no significa que no exista emprendimiento o un aporte significativo. De hecho, el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS) sí tiene un registro del número de aportantes extranjeros desde 2012. A junio de 2024 existían 61.915 personas extranjeras aportando de sus ingresos a las arcas de la Caja del Seguro. 

Las cifras no muestran un detalle por nacionalidad o por el monto exacto de dinero aportado, si el aportante tiene un empleo bajo relación de dependencia o si su afiliación es voluntaria. Sin embargo, considerando el monto mensual de afiliación voluntaria de USD 70, se puede estimar que este pequeño grupo aporta un mínimo de USD 4,3 millones cada mes a la Seguridad Social.

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Un 33% de los gastos del migrante son para alimentación, según un estudio estudio de la fundación alemana Konrad Adenauer. Este egreso sumado a otros gastos de vivienda, pago de deudas, transporte, salud, entre otros, genera un flujo de USD 861 millones anuales en gastos de consumo interno. 

Según el informe, en 2023 la migración venezolana generó un aporte neto de USD 31.986.552 para la economía ecuatoriana. La cifra sería menor a los USD 84.636.024 registrados por la misma organización en 2022, monto equivalente al 0,08 % del PIB de Ecuador.

Para hacer el análisis, la Fundación revisó las tendencias de consumo de la población venezolana en Ecuador. Un ejemplo es la Harina P.A.N., un producto tradicional venezolano, que se vende tanto en el país convirtiendo al Ecuador en el tercer mercado más importante para este producto, después de Venezuela y Estados Unidos, con ventas de 10.000 toneladas anuales y una participación del 15% en el mercado internacional.

En un país donde la migración nunca se detiene, Ecuador continúa siendo un crisol de culturas y oportunidades. Las estadísticas revelan una tendencia creciente de inmigración, con miles de extranjeros eligiendo Ecuador como su nuevo hogar cada año. Sin embargo, más allá de los números, está el impacto económico tangible y la resiliencia de quienes buscan un nuevo comienzo.  

Aunque muchos inmigrantes comienzan en la informalidad, su contribución al mercado laboral y a la economía nacional es innegable. El aporte de los 61,915 extranjeros afiliados al IESS es un claro ejemplo de cómo la migración puede fortalecer las arcas del Estado. Además, el fenómeno del «comercio de la nostalgia», donde productos emblemáticos como la Harina P.A.N. encuentran un nuevo mercado en Ecuador, subraya la capacidad de los migrantes para dinamizar el comercio y transformar hábitos de consumo.

La presencia de comunidades migrantes en Ecuador enriquece la diversidad cultural y también impulsa el crecimiento económico. Cada historia de migración es un ejemplo de adaptación y contribución, creando un futuro donde la diversidad es un valor. Así como el pasillo, que desde sus raíces migrantes se convirtió en un símbolo de la rica herencia cultural y económica de Ecuador.

HISTORIAS MIGRANTES

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